Un día, mientras recorría una carretera desierta, me encontré con una perra madre caminando por la calle. Estaba parada al borde del camino, observando todos los vehículos que pasaban. Su mirada eга de preocupación, de angustia. Parecía pedir ayuda, pero nadie se detenía. Yo también me sentí sorprendido al verla, y no pude evitar detenerme.
Al acercarme, la perra se acercó a mi coche y comenzó a ladrar, moviendo la cola con insistencia. Me di cuenta de que algo no andaba bien. Se metió debajo del coche, y me señaló con su hocico un lugar cercano a la carretera. eга una alcantarilla. Allí, en la oscuridad y la humedad, estaban sus cachorros.
Eran tan pequeños, apenas unos días de nacidos. La lluvia se acercaba, y la amenaza de una inundación eга real. Si no los rescatábamos pronto, se mojarían, se enfriarían y podrían morir.
No dudé un segundo. Con cuidado, bajé a la alcantarilla y, con ayuda de la perra, rescaté a los pequeños cachorros. Eran tan frágiles, tan indefensos. La madre se mostró agradecida, lamiendo a sus cachorros con cariño y mirándome con ojos llenos de esperanza.
Nos llevó más de una hora volver a la carretera. La perra, a la que llamé María, no se separó de sus cachorros ni un instante. Los tres pequeños dormían plácidamente en mis brazos, tan adorables y tiernos.
Al llegar a un lugar seguro, pude comprobar que los cachorros estaban sanos y salvos. María, una perra hermosa y sociable, se mostró cariñosa y protectora con sus tres hijos biológicos.
Pero la historia no termina ahí. Unos días después, María regresó a la carretera, esta vez con dos cachorros más. Eran dos pequeños que había encontrado abandonados, y decidió cuidarlos como si fueran propios.
María, con su instinto maternal, no dudó en darles cobijo y alimento, a pesar de que ella misma estaba débil y necesitada. Los dos cachorros, a los que llamamos Luna y Sol, se integraron a la familia, y María les brindó el mismo cariño que a sus hijos biológicos.
Desafortunadamente, Luna y Sol eran muy pequeños y débiles. A pesar de los cuidados de María, no pudieron sobrevivir. Su muerte nos llenó de tristeza, pero también nos hizo admirar aún más la bondad y la entrega de María.
Pasaron 25 días, y los tres cachorros de María crecieron sanos y fuertes. Ahora, con dos meses de edad, estaban listos para ser vacunados. Los llamamos Leonardo, Donatello y Rafael, en honor a las Tortugas Ninja.
Leonardo, el más grande y juguetón, siempre está buscando aventuras. Donatello, el más tranquilo y observador, disfruta de las siestas al sol. Y Rafael, el más travieso y curioso, siempre está metiéndose en problemas.
Son tres cachorros llenos de vida, que disfrutan jugando, tomando el sol y, por supuesto, ¡comiendo!
Gracias a María, aprendí una lección invaluable sobre el amor maternal, la compasión y la fortaleza. Su historia me enseñó que la vida está llena de sorpresas, y que la bondad y la ayuda desinteresada siempre encuentran su recompensa.